Un alto en la casa de los ancianos cónyuges Judas y Ana.
Llegan sudorosos, a pesar de que hayan andado entre tupidos árboles frutales, que se pliegan bajo el peso de la fruta madura. De los viñedos, numerosos y hermosísimos, viene el típico olor de las vides cuando los racimos están ya maduros y las hojas empiezan a acusar su marchitamiento otoñal. A los primeros a los que se ve llegar es a dos campesinos que regresan de los árboles frutales cargados de cestas de hermosísimas manzanas, y que avisan a un doméstico, el cual a su vez avisa. Entretanto, los dos campesinos saludan a Jesús y anuncian que «muchos discípulos, provenientes de los montes de la Gaulanítida y de Iturea, dirigidos a Jerusalén, están alojados en la casa» y que «sus señores han decidido ir con ellos a los Tabernáculos por la Decápolis y la Perea». Pero apenas si han terminado de dar sus informaciones cuando ya aquéllos, precedidos y seguidos por muchos discípulos, salen fuera de la casa al encuentro del Maestro. Entre los discípulos está casi todo el grupo de los pastores de Belén, y con ellos otros, como el primer leproso curado y el baldado restablecido, su amigo y otros más, o sea, los de la Transjordania, excepto Timoneo. No veo a Isaac, ni a Esteban ni a Hermas; no veo a Hermasteo ni a José de Emaús, ni a Abel de Belén ni a Nicolás de Antioquía, y tampoco a Juan de Éfeso. Mezclados con ellos, hay domésticos y campesinos, entre los cuales el niño curado milagrosamente de la parálisis durante la otra vendimia, y su madre. -La paz sea con todos vosotros. Paz a esta casa» dice Jesús, alzando la mano para bendecir. -Entra, Maestro, y descansa bajo nuestro techo. La época es todavía calurosa para caminar a esta hora. Pero te procuraremos alivio. Y las habitaciones son frescas para la noche. -Voy a estar aquí sólo unas pocas horas. Al anochecer me marcho. Falta poco para los Tabernáculos y debo ir todavía a otros lugares. Los dueños de la casa se quedan desilusionados, pero no insisten. Sólo dicen: -Esperábamos que nos aguardases. Mañana es la vendimia. La recolección de la fruta ha empezado ya. Después de la pisa íbamos a partir todos, con estos discípulos tuyos. Somos viejos, y los caminos, desde cuando han venido, no sabemos de dónde, bandas de salteadores a infestar esta orilla del Jordán, son inseguros. Se guarecen en los montes de Rabat-Ammón y de Galaad, a lo largo del valle del Yabboq, y se abaten sobre los caminos de caravanas. Los legionarios de Roma los persiguen… Pero… ¿Es, acaso, bueno encontrarse con ellos? Preferimos estar con éstos. Son tus discípulos Y Dios ciertamente los protege. Jesús sonríe -una sonrisa perspicaz- pero no dice nada al respecto. Entra en la casa. Agradece los refrigerios que los huéspedes ofrecen a los miembros y a las gargantas sedientas, y después escucha a los discípulos, que refieren lo que ha sido su trabajo en los montes: -Pero con poco fruto, Maestro. Poco también en Cesárea de Filipo, donde, de todas formas, no fuimos molestados. Pero volveremos allá contigo. ¡Y entonces! Jesús los mira. No los desengaña. Responde: -Perseverando, ciertamente los convertiréis. Dios ayuda siempre a sus siervos.Y luego Jesús los deja. Va donde la dueña de la casa, que está preparando personalmente las mesas, y la invita a salir con Él porque debe decirle algo. La buena viejecita no se lo deja decir dos veces y, para no ir con el calor fuera de casa, lleva a Jesús a una habitación larga, fresca, orientada al norte. -Ana, siempre dices que quisieras servirme en todos los modos… -Sí, mi Señor. Yo y Judas. Pero no recurres nunca a nosotros. Ahora es una gran fiesta para nosotros, porque en tus discípulos hay un poco de ti, y teniéndolos en casa nos parece como servirte a ti. -Efectivamente, lo es, porque lo que se hace a un discípulo se hace al Maestro, y un vaso de agua, incluso uno solo, o un pan, dados en ayuda de quien por mí se fatiga recibirá compensación de Dios mismo. Los discípulos cuidan el espíritu de los fieles, y los fieles deben tener amor por los discípulos, y ayudarlos, pensando que éstos han renunciado a todo, dispuestos incluso a renunciar a la vida con tal de dar a los fieles el Camino, la Vida y la Verdad, que su Maestro les ha dado a ellos con el mandamiento de dárselo a los fieles. -¡Oh, Señor, deja que llame a mi Judas! ¡Son tan santas tus palabras! -Llama a tu Judas – consiente, sonriendo, Jesús. Y la mujer sale, para volver con su marido, al cual le está repitiendo las palabras del Maestro. -Nosotros, créelo, lo haríamos con gusto. Estamos apartados y, sin duda por eso, tus discípulos vienen poco aquí – dice el anciano, y se percibe un pesar por este hecho de ser dejado de lado. -Les diré que vengan frecuentemente. Entretanto, os pido una gracia… -¿Tú? ¡Pero si es gracia para nosotros servirte! Ordena, Señor. Somos viejos y no podemos seguirte corno muchos hacen. Pero de servirte sí que tenemos deseo. ¿Qué quieres? Si quieres incluso estos viñedos y esta casa, tan amados porque eran de mi padre y porque aquí nacieron nuestros hijos, te los damos. Prométenos sólo la misericordia divina para nuestros espíritus. -No dudéis de que os pueda faltar. Pero no pido tanto sacrificio. Escuchad. Voy a Judea y el invierno viene. En Corazín hay una viuda con muchos hijos. El mayor es poco más que un niño. Su padre era carpintero… -¡Ah, el carpintero! ¡Todos hablaron de tu gesto! Pero Corazín no se ha convertido, a pesar de que, más que la palabra, tu acción debía conseguirlo. La madre ha trabajado en las mieses… Pero es de salud débil… Sí, sabemos. -Bueno, pues no os pido que hagáis de ellos personas ociosas, sino que los ayudéis. No os faltará alguna necesidad de arreglar una u otra cosa. Pensad en José y que la paga debida sea completada por la piedad amorosa. -¡Oh, Maestro! ¡Tan poco! Yo diría… ¿qué dices mujer?… yo diría que tomamos a las dos niñitas que vinieron a espigar aquí. La casa es grande, y tú eres anciana, y son ancianas María y Noemí… Para las pequeñas cosas… -Eso haremos, Judas. En recuerdo de nuestra pequeña… de la única hija, Señor… Floreció tres primaveras… y luego… Han pasado muchos años… pero el dolor está aquí… Si hubieras estado ya entre nosotros, no habría muerto… Yo no la habría perdido… Una hija es siempre una sonrisa… La anciana está emocionada y el anciano suspira. -No está perdida… Os espera… Es un espíritu inocente y debéis estar seguros de encontrarlo de nuevo. Más hay que temer por los hijos adultos que no están completamente en los caminos del Señor… -¡Es verdad! ¡Es verdad!… Tú sabes las cosas, Señor… Tú lo sabes todo. En esta casa tan serena existe este dolor… Maestro, ¿el sacrificio puede obtener gracia alguna vez? -No alguna vez, siempre. -¡Ah, dulce es oírse decir esto! Ve tranquilo, Maestro. La viuda de Corazín recibirá ayuda y Tú los encontrarás felices en primavera. Porque, si los confías para el invierno es señal de que no vuelves hasta la primavera. -No vuelvo… Bajo a Judea y no vuelvo. -¿Y va a Judea también el pequeño discípulo? -Sí, Margziam viene también a Judea… -Largo viaje, Maestro. Está muy ajado… -Ha perdido a su último pariente. Vosotros conocéis su historia… y este nuevo dolor lo ha debilitado. -Es también la edad y el desarrollo… Pero, sí, sabemos… y también conocemos el bien que hace. Un pequeño maestro, verdaderamente un pequeño maestro… El pariente estaba en la llanura de Esdrelón, ¿no es verdad? ¿Y ha muerto allí? ¿Y él allí sufrió? -Sí, mujer. ¿Por qué lo preguntas? -Porque… Maestro, no debería decirte esto a ti, que eres Maestro; pero soy madre y he llorado… Te digo: ¿por qué quieres llevarlo a esos lugares. Déjamelo a mí hasta Jerusalén… Me parecerá bajar a la Ciudad Santa todavía con mis hijos jovencitos… y él no seguirá cansándose y sufriendo. Vienen también los otros discípulos… Jesús piensa. Objeta: -Margziam se siente feliz de estar conmigo y Yo con él. -Sí. Pero, si se lo dices Tú, obedecerá contento. Serán solamente pocos días de separación. ¿Qué son poco más de dos semanas para uno tan joven? Tiempo tiene de gozar de ti… Jesús la mira, mira al anciano, tan ajenos a la realidad de que no es mucho el tiempo que queda de gozar del Salvador. Pero no dice nada. Abre los brazos como queriendo decir «hágase como queréis» y dice solamente: -Llamad, entonces, a Margziam y a Simón. El viejo sale y vuelve con los dos. Simón tiene mirada indagadora. Parece sospechar algo, quién sabe qué. Pero cuando oye el motivo se calma y dice: -¡Que Dios os beneficie! Este hijo está muy ajado y, digo la verdad, me parecía imprudencia el hacerle andar tanto… -¡Pero yo iba de buena gana! Estaba con el Maestro, y si el Maestro me llevaba consigo, señal era de que podía ir… Él lo hace todo bien… – y casi le vienen a la voz las lágrimas a Margziam.-Es verdad, Margziam. Pero también hay que ser condescendientes. Estos son dos buenos amigos. Para mí y para todos mis amigos. Yo asiento a este deseo suyo y tú… -Como Tú quieras, Maestro mío. Pero a Jerusalén… -A Jerusalén vienes conmigo – promete Jesús. Y Margziam, dócil, no replica nada. Salen de la habitación y Jesús se reúne con sus discípulos, que se muestran contentos de este encuentro imprevisto. El anciano dueño de la casa ronda en torno al grupo. Jesús se da cuenta. Le pregunta. -Bueno, es que querría unas palabras tuyas. Estás cansado. Lo veo. Pero ¿antes de comer, antes del descanso -porque, al menos, hasta el atardecer, descansarás-, no vas a decir nada? -Hablaré antes de partir. Así también los domésticos y los trabajadores de los campos podrán oírme. Ahora tu mujer nos llama. ¿Lo ves?… Y Jesús se levanta y entra en la habitación, donde están preparadas las mesas para los benditos huéspedes.