GRACIAS, JESÚS MÍO
Gracias, ¡Jesús mío! Oh Jesús acabo de recibiros en esta santa Comunión. Bien es verdad que no puedo veros con mis ojos, pero creo firmemente en vuestra divina presencia. Soy vuestro Tabernáculo. Ya no aparecéis bajo la forma de pan, os habéis ocultado en mi cuerpo. Habéis dejado la lamparilla del sagrario para buscar las llamas de amor de mi corazón. Abandonasteis el silencio del copón, para escuchar las dulces palabras de mi alma extasiada de amor a Vos. Oh Jesús, decidme, ¿no os sentís un tanto desilusionado? En lugar de un corazón ardiente de amor, ¡halláis tan solo una muy débil llamita de afecto! Lo único que puedo deciros, oh Jesús, es: Gracias, mil gracias os doy, ¡oh amado Jesús mío!
Qué bueno eres, ¡oh mi Jesús! Si tuviese que tratar con hombres tendría que usar palabras para expresarles mis sentimientos y afectos porque ellos no entienden el lenguaje del corazón. Mas, Vos, oh Jesús mío, conocéis mi corazón mucho mejor que yo. Veis muy bien, cuán feliz me siento de haberos recibido. Sabéis que me faltan palabras para expresaros mi gratitud.
Recoged, oh Jesús mío, todos mis sentimientos y encerradlos todos en la llaga de vuestro dulcísimo Corazón. ¡Os doy gracias, oh buen Jesús! Soy tan feliz, en este momento! Mirad, si halláis algo de bueno o hermoso en mi alma, es para Vos. Si acaso encontráis un poquito de buena voluntad, deseos de santificación, una virtud, algún sacrificio, una oculta lágrima de arrepentimiento, mirad, todo es vuestro, aceptadlo en prueba de gratitud.
Os doy gracias, ¡oh buen Jesús! Toda mi gratitud se encierra en estas palabras. Antes creía que tenía tanto que deciros y ahora no acierto pronunciar palabra. Pero, Vos, oh Jesús, no esperáis de mí hermosas palabras y profundos pensamientos. Solo queréis que os ofrezca como digno regalo todas las facultades de mi alma, todos los afectos de mi corazón. ¡Os doy gracias, oh Señor, y os amo, oh mi buen Jesús!
¡Gracias, oh Jesús! ¡Cuán feliz me siento! Ayer he cometido muchas faltas. Cómo me oprimían el corazón. Me parecía que estabais triste, ¡oh buen Jesús! No pude hallar completa paz, pero esta mañana, desde que habéis entrado en mi alma, todo ha cambiado como por encanto. Una dulce paz ha entrado en mi alma. Cuánto os agradezco, ¡oh dulcísimo Corazón de Jesús!
¡Oh dulce Huésped de mi alma! os habéis dado todo entero a mí, he aquí, que yo me entrego todo entero y sin reserva, a Vos. Me habéis dado vuestra Alma santísima, y yo os doy la mía, aunque pobre y llena de defectos. Puede que aún me queden varios años de vida. Si os place acortar el tiempo de mi destierro, lo acepto gustoso de vuestra mano paternal. Aún gozo de buena salud, disponed de ella según vuestro divino beneplácito y para vuestra mayor gloria. Es verdad, soy pobre; pero Vos, divino Rey de amor, aceptáis gustoso nuestros pobres presentes, siempre que vengan de un corazón humilde y agradecido. Pues bien lo poco de bueno que yo tenga; todo cuanto posea en bienes espirituales y materiales os lo ofrezco gozoso y sin reserva alguna.
Debo marcharme ahora, oh mi amado Jesús. Dejo vuestro sagrario porque me llamáis a otra parte. ¡Adiós, Jesús! ¡Hasta mañana! Volveré con un corazón más sediento de amor a Vos. Y vos, Señor, me daréis otra vez aquella paz inefable, preludio de la eterna bienaventuranza del cielo.
Una palabra todavía, amado de mi alma. Por el amor inmenso que os hace prisionero de mi alma, concededme la gracia que la comunión de mañana sea más fervorosa que la de hoy. Dadme esta gracia cada día de nuevo. Así seré más santo cada día, más perfecto y os amaré con más ardor. Abrid vuestros tesoros y adornad mi alma con la hermosura de la vuestra. ¡Gracias, oh buen Jesús!
Alabanzas y adoración, amor y gratitud sean dadas, en todo momento y en todos los Tabernáculos del mundo, al Sagrado Corazón de Jesús, hasta la consumación de los siglos. Así sea.
¡Bendito sea el Sacratísimo Corazón eucarístico de Jesús! ¡Corazón de Jesús en Vos confío! Jesús, manso y humilde de Corazón, haced mi corazón semejante al vuestro. Amén.