Mensaje del 13 de agosto de 1982
Aniversario de la cuarta Aparición de Fátima
Instrumentos de mi Misericordia
«Hijos predilectos, vuelvo a vosotros estos mis ojos misericordiosos. Soy la Madre de la Misericordia, del Amor Hermoso y de la santa Esperanza, y mi Corazón Inmaculado tiembla de preocupación por vosotros. ¡Cuántos peligros os amenazan! ¡Cuántas insidias os tiende mi Adversario! En esta hora de su dominio y de su triunfo, son numerosos mis hijos expuestos al peligro de perderse eternamente. Ved en qué grave situación os encontráis hoy: la humanidad se ha rebelado contra el Dios del amor y camina por la senda del odio y del pecado, que se propone como un bien a través de los medios de comunicación social. Vivís en un ambiente malsano y corrompido, que hace muy difícil que permanezcáis fieles a los mandamientos de la Ley de Dios, que os conducen por la senda del amor, a huir del pecado y a vivir en la Gracia y en la santidad. Así, cada día, se hacen más numerosos los pobres hijos que se dejan seducir por el egoísmo desenfrenado, por la envidia y la impureza. Las víctimas más fáciles, menos culpables, son los jóvenes, que tienen la desdichada suerte de vivir en estos años en que el mundo se ha hecho peor que en los tiempos del diluvio. Por esto, sobre todo hacia mis hijos jóvenes, me siento Madre dulce y misericordiosa, y siembro en sus vidas palabras de confianza y de salvación. Abro de par en par sus almas a una gran sed de bien, abro sus corazones a la gozosa experiencia del amor verdadero y de la donación; curo sus numerosas heridas, mientras invito a todos los buenos a auxiliarles con la oración, con el buen ejemplo y con la penitencia. Si vosotros, hijos míos predilectos, sufrís y oráis Conmigo, lograréis encaminar diariamente a muchas almas por la senda que lleva al Paraíso. Sed hoy, pues, hijos consagrados a mi Corazón Inmaculado, los instrumentos de mi materna misericordia. “¡Cuántas almas van al infierno, porque no hay quien ruegue y se sacrifique por ellas!”, dije a Jacinta, a Francisco y a Lucía cuando me aparecí a ellos en Fátima. Hoy os digo: ¡cuántas almas podéis salvar del fuego del infierno y conducir al Paraíso si, diariamente Conmigo, rezáis y os sacrificáis por ellas!… El triunfo de mi Corazón se realiza, sobre todo, mediante esta Obra misericordiosa, Mía y vuestra, de Salvación.»