ADORACIÓN EUCARÍSTICA DE JUAN PABLO II
HIMNOS EUCARÍSTICOS
Ven, Jesús, mi Salvador
Divino Cordero;
Ven a mí, dulce Señor,
Oh mi Dios, mi amor!
Eres Padre tierno,
Eres buen Pastor;
Eres verbo eterno
Nuestro Redentor.
¡Oh de mi esperanza
Dulce galardón!
Te doy alabanza
Y mi corazón.
En Ti siempre espero,
Aumenta mi fe;
Con amor sincero
Te recibiré.
En esta apariencia,
Divino manjar,
Tu santa presencia
Quieres ocultar.
Oh Sabiduría,
Eterno Señor;
Ven en este día
A darme tu amor!
Jesús de mi vida;
Nunca más pecar;
Sólo a Ti rendida,
Mí alma quiere amar.
*****
Jesús, amor de las almas,
compañero en las jornadas:
tan cercano y asequible
que en mí tienes tu morada.
Encarnado como Hombre,
tu divinidad ocultas,
y al hacerte Eucaristía,
por completo te despojas.
En tu presencia se rinden
todos los celestes coros,
y en la tierra no se aprecia
que te quedes con nosotros.
De tu costado nacida,
en la Iglesia sigues vivo:
con tu gracia y sacramentos
das la vida al redimido.
Jesucristo, León fuerte
y Cordero obediente;
en tu Corazón conforten
su valor las almas débiles.
Por el Padre coronado,
el Señor de tierra y cielo
nos envíe su Paráclito
que nos guíe al Reino eterno.
Amén.
*****
– Esta es mi Sangre,
ofrenda de la tarde:
¡oh gran Misterio!
– Este es mi Cuerpo:
cual víctima me entrego:
¡oh gran Misterio!
Te adoro, Carne,
Pan de hombres y de ángeles:
¡oh gran Misterio!
– Hacedlo en mi memoria
hasta el tiempo sin horas:
¡oh gran Misterio!
– Como víctima única,
mi Carne, Alianza fúlgida:
¡oh gran Misterio!
¿No prolongas tu muerte
por darnos vida siempre?
¡Oh gran Misterio!
Si contigo en el Gólgota,
contigo en la victoria:
¡oh gran Misterio! Amén.
Señor Jesús:
Nos presentamos ante ti sabiendo que nos llamas y que nos amas tal como somos.
«Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Hijo de Dios» (Jn. 6,69).
Tu presencia en la Eucaristía ha comenzado con el sacrificio de la última cena y continúa como comunión y donación de todo lo que eres.
Aumenta nuestra FE.
Por medio de ti y en el Espíritu Santo que nos comunicas, queremos llegar al Padre para decirle nuestro SÍ unido al tuyo.
Contigo ya podemos decir: Padre nuestro.
Siguiéndote a ti, «camino, verdad y vida», queremos penetrar en el aparente «silencio» y «ausencia» de Dios, rasgando la nube del Tabor para escuchar la voz del Padre que nos dice: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia: Escuchadlo» (Mt. 17,5).
Con esta FE, hecha de escucha contemplativa, sabremos iluminar nuestras situaciones personales, así como los diversos sectores de la vida familiar y social.
Tú eres nuestra ESPERANZA, nuestra paz, nuestro mediador, hermano y amigo.
Nuestro corazón se llena de gozo y de esperanza al saber que vives «siempre intercediendo por nosotros» (Heb. 7,25).
Nuestra esperanza se traduce en confianza, gozo de Pascua y camino apresurado contigo hacia el Padre.
Queremos sentir como tú y valorar las cosas como las valoras tú. Porque tú eres el centro, el principio y el fin de todo.
Apoyados en esta ESPERANZA, queremos infundir en el mundo esta escala de valores evangélicos por la que Dios y sus dones salvíficos ocupan el primer lugar en el corazón y en las actitudes de la vida concreta.
Queremos AMAR COMO TÚ, que das la vida y te comunicas con todo lo que eres.
Quisiéramos decir como San Pablo: «Mi vida es Cristo» (Flp. 1,21).
Nuestra vida no tiene sentido sin ti.
Queremos aprender a «estar con quien sabemos nos ama», porque «con tan buen amigo presente todo se puede sufrir». En ti aprenderemos a unirnos a la voluntad del Padre, porque en la oración «el amor es el que habla» (Sta. Teresa).
Entrando en tu intimidad, queremos adoptar determinaciones y actitudes básicas, decisiones duraderas, opciones fundamentales según nuestra propia vocación cristiana.
CREYENDO, ESPERANDO Y AMANDO, TE ADORAMOS con una actitud sencilla de presencia, silencio y espera, que quiere ser también reparación, como respuesta a tus palabras: «Quedaos aquí y velad conmigo» (Mt. 26,38).
Tú superas la pobreza de nuestros pensamientos, sentimientos y palabras; por eso queremos aprender a adorar admirando el misterio, amándolo tal como es, y callando con un silencio de amigo y con una presencia de donación.
El Espíritu Santo que has infundido en nuestros corazones nos ayuda a decir esos «gemidos inenarrables» (Rom. 8,26) que se traducen en actitud agradecida y sencilla, y en el gesto filial de quien ya se contenta con sola tu presencia, tu amor y tu palabra.
En nuestras noches físicas y morales, si tú estás presente, y nos amas, y nos hablas, ya nos basta, aunque muchas veces no sentiremos la consolación.
Aprendiendo este más allá de la ADORACIÓN, estaremos en tu intimidad o «misterio». Entonces nuestra oración se convertirá en respeto hacia el «misterio» de cada hermano y de cada acontecimiento para insertarnos en nuestro ambiente familiar y social y construir la historia con este silencio activo y fecundo que nace de la contemplación.
Gracias a ti, nuestra capacidad de silencio y de adoración se convertirá en capacidad de AMAR y de SERVIR.
Nos has dado a tu Madre como nuestra para que nos enseñe a meditar y adorar en el corazón. Ella, recibiendo la Palabra y poniéndola en práctica, se hizo la más perfecta Madre.
Ayúdanos a ser tu Iglesia misionera, que sabe meditar adorando y amando tu Palabra, para transformarla en vida y comunicarla a todos los hermanos.
Amén.